como en la mosca obsesa atraída por la luz
o un autista embobado, mirando el gotelé.
Como un hielo cuesta abajo por la espalda,
como el humo golpeante en la garganta,
agónico, frío, luchando por salir,
como el jugo espeso de la fruta
que se derrama entre los labios,
o en la falda al viento de Marilyn.
En el olor a yerba
y las pupilas extendiéndose en misa,
en el fusil eyaculando frente al paredón
o las arrugas abriéndole paso,
como un telón
a la sonrisa.
Hay magnetismo en cómo arde París
en el animal rabioso que enseña los colmillos sangrantes,
en la traición del mafioso
y el porvenir del ladrón.
Hay magnetismo en cosas y no se ve,
y no es magia pero es mágico
como los ojos del pianista antes del solo
el moho que crece lento en el cadáver
o cada vez que mintiendo te imploro.
En la explosión del grano y la fuente de pus,
el crujir del pan tostado
en la herida sangrante por lanza en el costado
y en el poema en el reverso del obús.
Lo hay, lo sé, pero no se ve,
en tus muslos goteando
en las verbenas del Edén,
en la aguja que brilla imperante antes de atravesarte,
en los besos pegajosos, como de miel,
o las bacanales de colillas en el cenicero;
en las muletillas poéticas, magnéticas, que desfloro
para negar que te quiero
que la vida se escapa sin mí,
sin nosotros,
que ya no me acuerdo
de que me muero
sin ti,
por nosotros,
que (no) me quiero morir.
Juan Íñigo Gil
Mayo14
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