lunes, 2 de diciembre de 2013

Vincent 7º parte.


                                                                      Vincent 7º Parte 




Después de atravesar un pasillo oscuro, con un ambiente algo cargado y un frio seco y escurridizo, Eléonore
 llegó a su lugar favorito de la casa, era una sala secreta que había quedado aislada del resto de la casa. La descubrió un día que estaba limpiando su cuarto, se fijo en las marcas de la pared y terminó deduciendo que aquello era una puerta muy bien camuflada.

La sala se encontraba en el tercer piso, pero se accedía por el pasadizo del cuarto de Eléonore del segundo piso.

Era una sala grande con un gran ventanal y antiguas cortinas con dibujos silvestres y de gran detalle, el polvo había hecho de estos una imagen borrosa y difusa. Por lo demás la sala tenía una salida hacia el tejado, había un escritorio antiguo de madera de roble,  allí escribía durante horas y dejaba que su imaginación iluminara toda la instancia. Se podría decir que aquello era lo más parecido a una utopía de ensueño.

 Las paredes estaban siendo decoradas por Eléonore ,con pinturas de todos los colores, dibujaba todo aquello que pasase por su mente, dibujó un faro con un atardecer en el fondo y algunos pájaros revoleteando por su alrededor, dependiendo del día sus dibujos se tornaban más oscuros que otros, por ejemplo hace dos días había comenzado a pintar una mesa manchada de rojo , con un juego de tazas de té y unas cuantas rosas muertas a su alrededor, y más a la derecha se encuentra el retrato que tanto la obsesionaba , había pintado en la pared a la mujer de la foto, la misma en la que se había fijado para hacerse el corte de pelo el cuarto de baño.

Siempre que accedía a aquella habitación, dedicaba unos minutos a admirar el dibujo de aquella mujer, la había llamado “Alice“, es el nombre que tenía escrito por detrás la fotografía” descubrió la fotografía el primer día que entro en el cuarto y rebusco por los cajones en busca de algo interesante o de valor.

Y desde ese día fue su gran obsesión, no había un momento del día en el cuál, no hiciera alguna acción sin haber reflexionado antes desde el  “supuesto punto de vista” de aquella mujer que tanto misterio le transmitía. Eléonore pensaba tanto por ella como por Alice, pensaba por las dos.

Siempre se había preguntado, de dónde había salido aquella extraña habitación, pero después de mucho tiempo sin encontrar respuesta y bastantes tardes desperdiciadas dándole vueltas a la cabeza, llegó a la conclusión de que lo mejor era olvidarse del origen y disfrutar de aquel pequeño regalo de armonía y soledad.
Pensar no se le daba bien a Eléonore , de hecho siempre que lo hacía su cabeza giraba en torno a las mismas ideas , una madre obsesionada por el estilismo de sus blanquecinas caderas, que al mismo tiempo se negaba a aceptar el hecho de hacerse mayor con el paso del tiempo. Y un padre que se limitaba a trabajar día y noche, y que algún día entre semanas se dejaba caer por casa “cosa que hacía raramente”. 

Su padre trabaja como contable  de una empresa de productos farmacéuticos, había estudiado farmacia pero se declinó por esa rama económica de la carrera y después de haber montado su empresa, la dirigía desde su despacho repartiendo a diestro y siniestro medicamentos por toda la París, incluso en alguna que otra ocasión había hecho campañas para incitar a la población al consumo masivo de medicamentos, hubo una ocasión en la que se desplazó por pueblos perdidos de la montaña  junto con cinco médicos más , para realizar una especie de safari médico y captar clientes ignorantes que no supiesen siquiera el porqué de todo lo que se les explicaba. Sin duda alguna este hombre, de nombre Jules era tremendamente ambicioso.

Y con esto tenía que convivir Eléonore, por ello trataba de evadirse perdiéndose en su mundo.  Así que se ponía a bailar y bailar, conectaba una pequeña radio y ponía un disco de Vivaldi, simultáneamente abría uno de los habitáculos del escritorio y sacaba un muñeco de trapo de tamaño natural y lo tomaba como su pretendiente para bailar. Lo llamó Randy.

Realmente el muñeco no era más que un cojín utilizado como cabeza y pintado con temperas de colores y el torso que se encontraba definido por una bolsa de tela llena de espuma, ella misma le había fabricado la chaquetita roja que tenía puesta y los pantalones beige, al principio cuando bailaba con Randy , se sentía vacía porque sus ojos no eras más que dos costuras apañadas a la ligera en su cara, así que le pego dos canicas de colores con pegamento.

 El pelo se lo fabricó con los flecos decorativos de algunos cojines del salón, lo hizo de tal manera que su madre no pudiera apreciar que faltaban algunos flecos en la decoración.

Se puede decir que Randy, era lo más parecido a un amigo que tenía y gracias a las canicas que había puesto en sus ojos podía perderse en su mirada artificial mientras en violín de Vivaldi inundaba aquella extraña y singular estancia.

Villagrán13

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