sábado, 21 de diciembre de 2013

'Al son de la paranoia'

Se fue la luz. No era la primera vez que estaba solo, pero si la primera en estar aislado. Podía oír, a lo lejos, una gotera y al viento jugando con las estrellas. Seguía inmóvil, contando las voces de mi cabeza. Seguían siendo impares. Estaba tan oscuro que ni siquiera podía imaginarme; tanto, que acobardaría al mayor de los idiotas, al peor de los psicópatas. Había tanto silencio que intentar describirlo lo dañaría. No distinguía cuándo parpadeaba, si eran mis temblores lo que me sacudían o la tierra también te recordaba.
La oscuridad me ahorcaba cuando empecé a sudar. Las pupilas se dilataron pero eso yo, no lo veía, o no le quería ver. Apenas noté que una fuerza asomaba por atrás, colosal,  respirando profundamente, lento, arrítmico, casi jadeaba. Se crujió los dedos, gimió y me quitó los zapatos. Aún no sé si el suelo estaba helado o quemaba, si pisaba mi sudor o las babas de aquella alimaña.
Intenté huir sin éxito en ninguna dirección. Cuando recobré la conciencia, ya tenía la ropa por los tobillos. Ni siquiera sabía si podía moverme, ni lo intenté.
Amordazado, no sabía si tenía las manos libres, si estaba enjaulado o boca abajo. Sólo recuerdo un suspiro desequilibrado en mi nuca, un ritmo maniático que sacudía mi espalda y se mezclaba con mis escalofríos. Sus ojos no era lo único con lo que me atravesaba; sus fauces despedazaban mi carne, sus pelos de lobo seguían zarandeando mi piel de gallina, al ritmo del miedo, al son de la paranoia. No pensé en la muerte, ni siquiera ella podría arreglarlo. Tan solo intenté recoger las lágrimas de mis mejillas y las encontré secas, acomplejadas por tanta sangre.
Sus gritos emitieron un destello donde pude verlo, seguía ingresando su silueta en mí, vomitándome encima, acariciándome con uno de sus tentáculos el cuello y con sus mil antenas vigilándome. Taquicárdico, con aliento áspero, casi tangible, dibujaba en mi oído poemas inaudibles, destrozando el alma comenzando por el cuerpo, deseando la muerte, aniquilando el ego…


Vino la luz y todavía seguía allí. No quería mirar, pero me obligó su magnetismo: Era la vida, que se estaba subiendo los pantalones.




Juan Íñigo Gil
21/12/13

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