miércoles, 10 de julio de 2013

Permanencias



Cambié pertenencias por permanencias, y esto fue lo que me quedó.

Me queda París violada por la punta del desorden, la desidia protectora, un Dios de baja por depresión, un antifaz; agua turbia y algodón.

Me queda este genocidio de versos desesperados, el humo en las venas, el desdén, el pe(s)cado de entre tus caderas. Me queda vida que matar para seguir muriendo en paz, quimera mundana, una médula de alquitrán, y la acidia del poeta estoico.

Me queda aprender a escribir, me queda desdeñar palabras desnudas que buscan piel para depilarse y poetas cuentagotas; me queda aún la violencia en verso, epitafios para vuestros sastres y recuerdos zifios de vuestras madres. Un cortejo de fiambres, una orgía en un enjambre.

Me queda lo que me falta y viceversa, el funambulismo por tus pestañas, los suspiros rojos, las pupilas coronarias y la calma. Las prisas de la presa, la prosa del preso. Me quedan formas de desafinar mi mente de Kubrick y tu cuerpo Tarantino. Supongo que aún me queda el sueño de Arlequín, una llaga en la bandera y coger aire antes de ahorcarme.

Me quedan balas en los bolsillos, hormigas en los huesos y mil héroes muertos. Nietzsche aniquiló a Dios, Radiohead mató al pop y el resto me lo dejaron a mí, que crónicamente clónico abanico mi tropel de recuerdos al azar, oro mis tropas de ripios y tumbo la fortuna del mito sesgado; ¡Atrévanse a pasar, me quedan la voz opícea, los ojos opacos y las manos orgullosas!


Cambié pertenencias por permanencias y fue entonces cuando la verdad era la víctima, la voracidad el verdugo y los tres puntos, en lugar de ser suspensivos, resultaron de sutura.




… Aún me queda que los monstruos aprendan a reír.



Juan Íñigo Gil

10/07/2013

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