sábado, 6 de julio de 2013

Lucy and Harvey 1º Parte

                                                                  Lucy and Harvey



Todos los días era muy parecidos, la monotonía hacía estragos en el ambiente de una manera contundente y pesada, era como tener que escuchar por fuerza un solo de violín desafinado y que encima tuvieras que poner buena cara y dar la enhorabuena.



Tampoco es que hubiese muchas cosas para hacer en Careville, pero Lucy siempre conseguía por unas o por otras sacar de quicio a los celadores y divertirse un rato. Hacía cualquier cosa para poder salir de la celda: cantar canciones de los Beatles dando saltos sobre la cama, escribir en las paredes los nombres de los celadores y después tacharlos con la pastilla de jabón del lavabo, arrancar el cabecero de la cama y formar con el mismo y la ventana una batería improvisada y tocar hasta volver locos a todos los huéspedes del pasillo.


Se puede decir que el manicomio de Careville se le quedaba un poquito pequeño a Lucy. De hecho, fue internada por un trastorno de hiperactividad, detectado por el supuestamente orientador de su colegio, unido esto también a un pánico irracional a los conejos, aunque esto último carecía de importancia en Careville ya que cuando te llevas todo el día encerrado el contacto con la naturaleza es nulo.
La parte favorita del día de Lucy era el desayuno. Oh... cómo le gustaban los desayunos. Cuando el cóctel de calmantes que le inyectaban por la noche aún le hacía efecto por la mañana los celadores la dejaban salir de la habitación e ir a la sala común con los demás enfermos medianamente sanos para tomar allí el desayuno y que le diera un poco el aire en el jardín botánico del piso de abajo.

Siempre que tenia ocasión de salir de la habitación y desayunar fuera con los demás se sentaba con una mujer mayor de 67 años, la cual no hacía otra cosa que contarle día tras día las vacaciones que pasó junto a su marido en el año 1997. Lucy tenía un pequeño diario donde apuntaba cosas al azar que le llamaban la atención, y la fecha de las vacaciones de aquella señora tan pesada se había ganado un sitio en el diario de Lucy. Cuando tenía ocasión se paseaba por la sala curioseando todo lo que había, y lo que le gustaba lo pintaba en su cuaderno o lo apuntaba. Claro que después no se acordaba de por qué había apuntado aquellas cosas en su cuaderno, pero bueno, ella era feliz así, para ella era suficiente.
Los sábados por la mañana sus padre solían ir a verla, le traían algún que otro regalito y charlaban un poco con ella, aunque la mayoría de las veces ella se negaba a hablar y la visita se encrudecía un poco, de forma que sus padre terminaban marchándose por donde habían venido con las manos vacías. Hoy, de hecho, es uno de esos sábados.

- Lucy, tus padres han venido a visitarte. ¿Quieres que les haga pasar a tu habitación? - Lucy, sentada en la cama con los brazos cruzados, se mantenía callada y mirando fríamente a la ventana de su habitación, haciendo caso omiso de las palabras de la doctora Emily, la cual era encargada de hacer llegar las visitas a las correspondientes celdas de los enfermos. En este caso, los padres de Lucy: los señores Greenweed.

- ¿Qué ha dicho Lucy, doctora? - preguntó la señora Greenweed.
- Se muestra reacia a recibirles, como cada sábado que vienen… Comprendo que tengan ganas de verla, pero como comprenderán que nuestra ética es que si el paciente no desea ver a sus respectivos familiares, respetamos su condición de negativa hasta que el susodicho sujeto cambie de opinión.

Esta vez intervino el señor Greenweed, con un desánimo notable y una tristeza a punto de aflorar en su cara en forma de lágrimas.
- ¿Y no hay ninguna forma de hacerla cambiar de opinión? ¡Doctora, es el tercer sábado que vamos a quedarnos sin ver a nuestra hija! ¡Compréndalo, intente hacer algo, lo que sea!
- Déjenme entrar de nuevo en la habitación, a ver si consigo algún progreso....

Y dicho esto, la doctora Emily entró en la habitación de Lucy. Lucy se encontraba sentada en la cama, hierática, inamovible y tremendamente tensionada por la situación.
La doctora tomó una silla y se sentó a la par de la cama para que su presencia allí fuera algo más cercana, de forma que pudiera transmitirle a Lucy que su estancia allí no era una tentativa de hacerle daño o molestarla.
- Lucy, comprendo que no quiera ver a tus padres , y comprendo también que esta situación te sea molesta, pero ya hace dos fines de semana que no los ves y ellos a ti tampoco. Sabes de sobra que ellos no te internaron aquí por capricho. Están preocupados por ti, y sólo buscan la manera de que seáis una familia feliz
- Eso es mentira… Si quisieran que fuese feliz, no me hubieran encerrado aquí.
- Lucy, ya te lo he explicado muchas veces. Te quedan apenas 4 meses de estar aquí. Una vez pasados esos meses volverás a casa como la chica de 19 años que eres y todo será normal, puesto que se habrán acabado las crisis nerviosas. Con la medicación adecuada podrás hacer una vida normal como cualquier persona de tu edad.
- ¡Pero si no me ocurre nada! ¡El mero hecho de que me desmayara en clase en una ocasión y que tuviera alguna pelea con alguna niña tonta del colegio y le tirase al váter los libros no implica que esté loca!
- Nadie dice que estés loca, Lucy.
- Ah, espera, entonces creo que empiezo a entenderlo todo. Estoy encerrada en un manicomio por gusto rodeada de locos, ¿no?
- Es una simple medida de prevención para tratar esos pequeños deslices que tienes.
- Puesto que tengo esos deslices, ¡me niego a que entren a visitarme, no vaya a ser que cuando entren mis padres empiece a morderles los zapatos y arrancarles los botones de la camisa como si fueran botones de caramelo!
- De acuerdo… En ese caso, me marcho y paro de molestarte.
Pero justo cuando la doctora Emily salía por la puerta una idea brillante surgió en su cabeza de pelo rizado y pelirrojo
-Oye Lucy… ¿Qué te parecería tener la visita de tus padres fuera de la habitación ?
Y como si de un rayo se tratara, la cabeza de Lucy se giro en una milésima de segundo y, mirando fijamente a la doctora, sus ojos azules se abrieron como platos.
-¿Qué te parece, por ejemplo, en el jardín? Allí podréis pasar un rato agradable.
Sin emitir ningún sonido, Lucy asintió fervorosamente y se levantó a coger la chaqueta de pana que su madre le había regalado por Navidad el año pasado.
-Vale, entonces vámonos.

Villagrán13




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