Lucy and Harvey
Todos los días era muy parecidos, la monotonía hacía
estragos en el ambiente de una manera contundente y pesada, era como tener que
escuchar por fuerza un solo de violín desafinado y que encima tuvieras que
poner buena cara y dar la enhorabuena.
Tampoco es que hubiese muchas cosas para hacer en Careville, pero Lucy siempre conseguía por unas o por otras sacar de quicio a
los celadores y divertirse un rato. Hacía cualquier cosa para poder salir de
la celda: cantar canciones de los Beatles dando saltos sobre la cama,
escribir en las paredes los nombres de los celadores y después tacharlos con la
pastilla de jabón del lavabo, arrancar el cabecero de la cama y formar con el
mismo y la ventana una batería improvisada y tocar hasta volver locos a todos
los huéspedes del pasillo.
Se puede decir que el manicomio de Careville se le
quedaba un poquito pequeño a Lucy. De hecho, fue internada por un trastorno de hiperactividad, detectado por el
supuestamente orientador de su colegio, unido esto también a un pánico irracional
a los conejos, aunque esto último carecía de importancia en Careville ya que
cuando te llevas todo el día encerrado el contacto con la naturaleza es nulo.
La parte favorita del día de Lucy era el desayuno. Oh... cómo
le gustaban los desayunos. Cuando el cóctel de calmantes que le inyectaban por
la noche aún le hacía efecto por la mañana los celadores la dejaban salir
de la habitación e ir a la sala común con los demás enfermos medianamente sanos para tomar allí el desayuno y que le diera un poco el aire en el jardín botánico del
piso de abajo.
Siempre que tenia ocasión de salir de la habitación y
desayunar fuera con los demás se sentaba con una mujer mayor de 67 años, la
cual no hacía otra cosa que contarle día tras día las vacaciones que pasó junto a
su marido en el año 1997. Lucy tenía un pequeño diario donde apuntaba cosas al
azar que le llamaban la atención, y la fecha de las vacaciones de aquella
señora tan pesada se había ganado un sitio en el diario de Lucy. Cuando tenía
ocasión se paseaba por la sala curioseando todo lo que había, y lo que le
gustaba lo pintaba en su cuaderno o lo apuntaba. Claro que después no se
acordaba de por qué había apuntado aquellas cosas en su cuaderno, pero bueno, ella era feliz así, para ella era suficiente.
Los sábados por la mañana sus padre solían ir a verla, le
traían algún que otro regalito y charlaban un poco con ella, aunque la mayoría
de las veces ella se negaba a hablar y la visita se encrudecía un poco, de
forma que sus padre terminaban marchándose por donde habían venido con las
manos vacías. Hoy, de hecho, es uno de esos sábados.
- Lucy, tus padres han venido a visitarte. ¿Quieres que les
haga pasar a tu habitación? - Lucy, sentada en la cama con los brazos cruzados, se mantenía
callada y mirando fríamente a la ventana de su habitación, haciendo caso omiso
de las palabras de la doctora Emily, la cual era encargada de hacer llegar las visitas a las correspondientes celdas de los
enfermos. En este caso, los padres de Lucy: los señores Greenweed.
- ¿Qué ha dicho Lucy, doctora? - preguntó la señora Greenweed.
- Se muestra reacia a recibirles, como cada sábado que
vienen… Comprendo que tengan ganas de verla, pero como comprenderán que nuestra
ética es que si el paciente no desea ver a sus respectivos familiares,
respetamos su condición de negativa hasta que el susodicho sujeto cambie de
opinión.
Esta vez intervino el señor Greenweed, con un desánimo notable y una tristeza a punto de aflorar en su cara en forma de lágrimas.
- ¿Y no hay ninguna forma de hacerla cambiar de opinión? ¡Doctora, es el tercer sábado que vamos a quedarnos sin ver a nuestra hija! ¡Compréndalo, intente hacer algo, lo que sea!
- Déjenme entrar de nuevo en la habitación, a ver si consigo algún progreso....
Y dicho esto, la doctora Emily entró en la habitación de Lucy. Lucy se encontraba sentada en la cama, hierática, inamovible y tremendamente
tensionada por la situación.
La doctora tomó una silla y se sentó a la par de la cama para que su presencia allí fuera algo más cercana, de forma que pudiera
transmitirle a Lucy que su estancia allí no era una tentativa de hacerle daño o
molestarla.
- Lucy, comprendo que no quiera ver a tus padres , y comprendo
también que esta situación te sea molesta, pero ya hace dos fines de semana que no los ves y ellos a ti tampoco. Sabes de sobra que ellos no te internaron
aquí por capricho. Están preocupados por ti, y sólo buscan la manera de que
seáis una familia feliz
- Eso es mentira… Si quisieran que fuese feliz, no me
hubieran encerrado aquí.
- Lucy, ya te lo he explicado muchas veces. Te quedan apenas
4 meses de estar aquí. Una vez pasados esos meses volverás a casa como la
chica de 19 años que eres y todo será normal, puesto que se habrán acabado
las crisis nerviosas. Con la medicación adecuada podrás hacer una vida normal
como cualquier persona de tu edad.
- ¡Pero si no me ocurre nada! ¡El mero hecho de que me
desmayara en clase en una ocasión y que tuviera alguna pelea con alguna niña
tonta del colegio y le tirase al váter los libros no implica que esté loca!
- Nadie dice que estés loca, Lucy.
- Ah, espera, entonces creo que empiezo a entenderlo todo. Estoy
encerrada en un manicomio por gusto rodeada de locos, ¿no?
- Es una simple medida de prevención para tratar esos
pequeños deslices que tienes.
- Puesto que tengo esos deslices, ¡me niego a que entren
a visitarme, no vaya a ser que cuando entren mis padres empiece a morderles los
zapatos y arrancarles los botones de la camisa como si fueran botones de
caramelo!
- De acuerdo… En ese caso, me marcho y paro de molestarte.
Pero justo cuando la doctora Emily salía por la puerta una
idea brillante surgió en su cabeza de pelo rizado y pelirrojo
-Oye Lucy… ¿Qué te parecería tener la visita de tus padres
fuera de la habitación ?
Y como si de un rayo
se tratara, la cabeza de Lucy se giro en una milésima de segundo y, mirando fijamente a la doctora, sus ojos azules
se abrieron como platos.
-¿Qué te parece, por ejemplo, en el jardín? Allí podréis pasar
un rato agradable.
Sin emitir ningún sonido, Lucy asintió fervorosamente y se
levantó a coger la chaqueta de pana que su madre le había regalado por Navidad
el año pasado.
-Vale, entonces vámonos.
Villagrán13
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