miércoles, 17 de julio de 2013

Despertar

23 de septiembre, domingo.
Parcialmente nublado. Temperatura agradable si llevas mangas largas.

Se me acaba de venir a la cabeza la idea de cuántas y cuán distintas formas hay de despertarse o ser despertado. No es un tema banal, porque según dónde, cuándo y sobre todo, cómo ocurra, puede definir en gran medida el resto de un día, o cuando menos su comienzo. No es lo mismo descender de los brazos de Morfeo porque un vil macaco orine sobre tu cuerpo demasiado bien camuflado en la selva, o que te despierte el aroma de brownies recién hechos que se van acercando sobre una bandeja en dirección a tu habitación. No digo que nada de esto me haya ocurrido, pero si me llegara a suceder, dudo que ambos días estuviera del mismo humor. "¿A qué viene todo esto?" pensaré al releer estas líneas siendo un nostálgico anciano meciéndose en su casa de Bogotá si todo va según lo planeado. Resulta que esta mañana un desgraciado ha osado interrumpir mi sueño para promocionar un negocio ambulante de tapizado de muebles. Quizá alguien podría pensar que exagero, que probablemente fuera ya bien entrada la mañana cuando llegó el tan amable predicador, y que ya sería hora de levantarse. Y una mierda. Eran las cuatro de la mañana, y el camión del tapicero es el vehículo del que parecen haberse apropiado ahora los más inteligentes de entre los zombies. Van ya tres semanas de incrustarles plomo a estos hijos de puta y empiezo a estar un tanto... hastiado, digamos, como para que encima le despierten a uno de esa manera.

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