Como lobo enfermo, aúllo y vomito
palabras vacías, linternas que oscurecen y decoran este folio del
color de la cal al que me he propuesto rellenar. Para perpetuar un
mensaje hosco e incoherente sobre la superficie inmaculada de una
secuoya, afilo mi pluma, una navaja que deja tras de sí, balbuceos y
otra clase de excrementos. Trazo con sangre azul con la misma
habilidad con la que un tuerto calcula distancias. Soy licenciado en
diseño de pocilgas. Soy partícula en suspensión que carece de la
masa suficiente para alcanzar el fondo. Soy nube negra creadora de
charcos para patos. Soy escriba enclenque de pocas luces y de muchas
sombras. Soy sopa insípida, regusto del paladar inexperto.
La vida o la falta de ella es el
principal ingrediente de mis composiciones, como un prisionero
liberado que sólo sabe festejar su libertad y recordar su
encarcelamiento. Un joven que vive entre barrotes de plastilina. Un
pelota cuadrada. Soy un jazmín con disfraz de abeto,
flores en luto y de esencia muerta, que asiste a su propio funeral,
trajeado, con la calidez de un invierno en Noruega. Una corbata con
nudo corredizo, un hormiguero sin hormigas, aguardiente que baja por
la garganta de un catador de vinos. Un esquimal sin abrigo, un helado
derretido, un maratoniano sordomudo, cojo y ciego. Soy la voz de un
anuncio de teletienda. Soy el diseñador del abrefácil.
Soy confusión, soy vida, imperfecta,
natural, por ello, ser, sigo siendo y ser, seguiré siendo. Y sólo
ser, dejaré de ser, cuando olvide como abrir los ojos y embarque mi
último viaje hacia la nada.
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