¡Cómo quisiera morir en un día soleado y pasar desapercibido! Realmente me muero de ganas. Mi cadáver en la calle, cómodo, tóxico, y la gente paseando como la Primavera merece, esquivando mis restos. Los niños me saltan y los perros me huelen. Algún gracioso me tira una moneda, los despistados me pisan y los poetas me escriben. Quizás alguien me aparte al lado de la basura pero no haberse escandalizado sino por seguridad para no tropezar. En ese caso me imagino, con los ojos abiertos, sin ver, apilado en la basura haciendo como que miro a la gente pasar, casi esperando una respuesta. Puede que con suerte me usen como espantapájaros en el parque o como piñata si la cosa se tuerce. Sea como fuere, sería parte del mobiliario de la Primavera más soleada, inerte, pudriéndome bajo un cielo tostado y en segundo plano. Natural. Y llegan la música, las miradas, las flores, y no la escucho, no lo veo, no lo huelo, no pueden conmigo, tan sólo están ahí, quedan ahí, conmigo, atravesando mis sentidos muertos, marchitándose conmigo, como todo, contra todos... Para nada. Y me pongo amarillo como los girasoles y mi olor, antes dulce, se evade entre el de la hierba, como un cuadro de Monet o un recuerdo Lorquiano. Como una rima apresurada o un trueno elegante. Muerto en vida, por fin y está vez sí, para siempre.
Juan Íñigo Gil
Abril14
"Muerto en vida" ;)
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