'La mujer'
La mujer, mi mujer, debiera tener cuerdas en la espalda para tocarlas por la noche y ahorcarme por la mañana. Pecas que pudiera mover a mi antojo como imanes en la nevera y tacto con sabores. Mi mujer debiera tener los ojos moldeables, caderas de algodón y lengua con termoregulación. Pestañas como abanico, nalgas duras, de metal, manos contorsionistas. Una niña con madurez sexual y el encanto como el de mamá. La boca un buzón y el cuerpo un diccionario. Un desahogo contrachapado, una adivinanza con la solución en el reverso. Una sonata, un orgasmo tangible, una postal del Edén. Con piernas como carreteras, rodillas inmortales y el pecho acolchado. El ombligo es una anécdota entre carnes blancas, serias, y hay una cuerda de funambulista de cadera a cadera, cruzando sobre un fruto esponjoso, magnético. En ella los dientes debieran ser como un regalo tras una boca curtida, felina. Como bombas blancas ordenadas, como un piano mudo. Lógico, debiera tener una cremallera en la espalda, por lo que pudiera pasar. Con tatuajes vivientes y eco en el útero, su cuerpo una flor y la cama un invernadero. La casa del carmín, el refugio de Caín. La sangre vino, la saliva miel. La mirada el olvido, la sonrisa la fe. En la nalga derecha el copyright y en la izquierda mi autoría. Cada paso un poema y cada baile una explosión, una apología al suicidio. Fugaz, pesada, firme, fugada. Para quien jugar no implique jugársela ni perder perderse. Con jugo, a juego con mis despojos, de ojos de gatas, cuerpo en jarra y gemidos turgentes, como pompas de jabón. De puja y paja, sin gastos y a gatas. Sin prisas ni pausas, ni precios ni pactos, atajos ni altibajos. Sin sino y 'no sé', sin pero ni 'para', ni disgusto, ni discusión.
Sin problemas, y con solución.
'El Deseo'
Lo pienso fríamente y me pregunto, ardiendo, ¿Qué haría yo realmente en ese cuerpo? ¿Cuánto aguantaría sin ahogarme, por cuántos temblores empezaría a querer olvidarla, cuántos delirios para cansarme, para querer matarla? Yo, que soy un perdedor hecho para perderla y ella una recompensa tonta, una perra de buen andar. Yo el cazador y ella la sombra, yo la sed y ella el mar. Y no hay remedio, ni agonía, ni amor ni caridad, sólo el deseo que ruge por agitarla, usar y tirar, porque me quiera sin merecer y me idolatre sin saber mi nombre; porque al final y al cabo, ni ella es tan mujer… ni yo soy tan hombre.
'El líquido'
Hay agua estancada en mi boca. Agria, negra. Reposa con calma tapada por una manta de polvo frío, tambaleándose como un soldado herido antes de morir, casi rebosando por mis labios púrpuras y metiéndose entre mis dientes de madera, rodeándolos en un mar infecto, pudriéndolos. Sospecho que habrá huevos dentro, de libélulas tal vez. Cucarachas, lo más probable. Me pica, muevo la lengua para remover el jugo de cadáver y el eco invade mi boca, balanceando la campanilla y anidando entre las llagas. Retumba vivo entre mil sabores, como una llamarada de agonía en una síntesis de asfixia, como si el ratón dominara su situación en el cepo. Lo noto crecer, invade mi nariz, desciende por la garganta, florece por los ojos, cayendo al suelo lento, casi consciente, disolviendo la alfombra. Llega al corazón, pero no se para, se apiada y sigue, me rellena el cuerpo hasta los pies, rebosando por la piel y bañándome completamente. No se me ve, no noto nada.
Y por primera vez, me siento lleno.
Juan Íñigo Gil
Abril14
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