martes, 28 de enero de 2014

'De donde vengo'

Realmente sabré de donde vengo cuando me vaya, pero de momento, perdonen la verdad. Vengo de donde las luciérnagas venden sus alas por alijos de droga, donde el Invierno tira la toalla. Es la tierra del mañana porque el resto del día dormimos, donde las promesas salen caras cuando soñar es gratis y  la Luna está cansada de tanto fumar hachís. Y vivo, que no es poco, una vida donde ser consecuente es más importante que ser feliz; peleando porque el único encuentro deseado no sea el de una bala en dirección contraria. He aquí mi psicoanálisis de una ciudad sonámbula, un viaje trascendental al espesor de entre tus nalgas. Una bomba entre nubes, un barba entre acné, una vulva entre mis dientes. Vivo donde el amor no es paz sino curiosidad, donde el mercurio tiñe mi vientre. Soy de donde los cocodrilos venden sus muelas para pagar la hipoteca, donde debería empezar a tomarme las cosas a broma o a chutarme heroína; allá donde el sol es una estufa, el amor una limosna y la vida una escusa.

Y debo ser un poeta penoso, la poesía me ha dado más amigos que enemigos. Sevilla lo confirma, ella me ha dado la solución, ahora sólo falta trucar la pregunta. Basado en hechos banales, vivo donde Dios como concepto no está mal, pero como stripper gana mucho más; donde todos quieren un héroe cuando se acaban las drogas y desarmados, piden una tapa por caridad. Aquí estoy a gusto, en un Agosto continuo, como mosca en sopa o cigarro en váter, bebiendo al sol zumo de palabras para saber quién soy y sobre todo, quién puedo ser. Pueden encontrarme en la Alameda, donde la cerveza eclipsa a la realidad.

Los hombres ocupados y los niños obesos. No se confundan, Sevilla huele a polen y no a incienso; aquí somos más de cerveza que de besos, ya saben, venimos de un mundo donde sólo McDonalds tiene más poder que la Iglesia, un planeta de colores donde el hambre despintó a la Pantera Rosa. La poesía es una estampa y el deseo un baile, Sevilla baila coja, cógela. Vivo en la Híspalis de los cortijeros de rebajas, camareros sin acento y cofrades con rastas, tierra de poesía y posesos, de escupir sangre entre incienso.
Ciudad de paz (posiblemente por pereza), donde los tiros andan sin remordimientos, con las manos en los bolsillos, tranquilos, cerveza en mano por la Palmera. Tenemos escuela de niños dementes, hombres imberbes y viejos verdes entrenados en el arte de comer potaje en Septiembre color naranja Alfalfa, quedando empate jugando en casa. Donde la digestión dura lo que dura la siesta y me pregunto, apurao’, ¿Ubi sunt la comida que sobra en casa de la abuela?

Las iglesias se toman como equipos de fútbol y el fútbol como política. La política en bares, la creencia en el adobo y las prisas en el tablao’. Pasen y beban, a su derecha podrán ver al Giraldillo con el mono, pidiendo cartona y papelillos, y a su izquierda a la Macarena, con mejillas rojas y perdida en la Alameda; y antes de decir ‘Sevilla’ ya les habrán robado el mechero. No se preocupen si no me oyen bien, en Sevilla los problemas de audición no tienen importancia, para eso en las sevillanas repetimos las letras, las letras repetimos. Aquí podrán gozar de un genial sistema de belleza aclarándose la cara en el Guadalquivir, o de Justicia, donde los acusados cruzan los dedos y los jueces tiran los dados. Del mismo modo, pued[Este párrafo queda cerrado por fiesta provincial, disfruten mientras de alguna cofradía del Ku Klux Kan o de algún rodaje de anuncio para Estrella Damm. Podrán encontrarme en Huelva, el pueblo más grande de Sevilla; pero no lo hagan, respeten al funcionario.]

Caminante no hay camino, está cortado por la cofradía de la Borriquita… Quizás Sevilla sea demasiado sevillana, siendo ésta donde las verdades nos guían, pero las mentiras nos empujan; donde quemamos a la ciencia por brujería y los sueños los patrocina Cruzcampo. Sevilla es el infierno de los daltónicos por eso de sus colores, pero no se engañen, los mejores colores de la capital son los que están en la Sala. Aquí la felicidad no engorda ni la tristeza mata. Me quedo con el Sol de Invierno, con vender los empastes para volver a volver a la ciudad donde la vida se va al traste, concretamente a cualquiera de los de la guitarra de Silvio… Y es que hay amores que matan, como es intento burdo con la Torre Pegi de acercarnos a Manhattan. 

Lo mejor de la Semana Santa de Sevilla es la serranía de Huelva y su mejor poesía se recita en el Falla. Tenemos gente sin educación y con clase, al montadito como hegemonía de la elegancia y a la Feria para limar discrepancias entre rebujitos. Donde los Beatles harían su ‘live on the roof’ en la Giralda, eclipsados por Ecos del Rocío. Sevilla, donde descubrí que mi vida era el Show de Truman porque a un actor se olvidó sesear.

La misma Sevilla de la España de pandereta, pero a ritmo de Dubstep mientras el rey se mete setas. La misma del mundo que vio morir a Elvis y me publicará cuando muera. Y sé que quizás esperaban una guía un poco más fiel y digna, pero ya saben, soy español, y aunque así se lo hubiera prometido, en España, literalmente, lo prometido es deuda.



Juan Íñigo Gil
28/01/14



(Capten la ironía y el humor antes de que sea al revés)

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