jueves, 15 de agosto de 2013

Tiempo

Siempre quise creer que era yo quien realmente empujaba al tiempo y no al revés, dividiéndome la vida en un orden milimétricamente tortuoso: actitud, aptitud y ataúd. Y es que mi vida, o lo que fuese, se resumió a 40 años para aprender y otros 40 para olvidar:

Mi infancia fue poesía minimalista
Mi pubertad fue como aguantar un estornudo en mitad de un orgasmo
La adultez se resume a un elefante saltando la comba
Mi vejez fue un réquiem de luces robóticas.

Dicen que la muerte es el eje de la vida
El tiempo es el camino
El miedo el motor
Dios el objetivo
La ciencia la dirección
Y la respuesta el amor.

Y yo, que he vivido insuficientemente demasiado, he moldeado el tiempo tratando de multiplicarlo para quejarme del vivir y para esquivar a la muerte (o viceversa), para temer al futuro, malgastar el presente y huir del pasado, para rematar la vida antes de que ésta se me muriera… para darme cuenta de que era el tiempo quien realmente me moldeaba a mí.

Pero no teman, ya no pueden huir. Están solos, perdidos y a contra reloj, así que saquen su condena de pulsera, sus cadenas y sus prisas, y jueguen a (mal)vivir.
No recen, y sobre todo, no (des)esperen, el tiempo puede con Dios: lo creó, lo cansó y lo mató.
Y es que el tiempo lo cura todo y la verdad no cura nada, y  nada es verdad y todo pasa; y para sobrevivir es mejor ser rápido que bueno o feliz. Y así, llegamos a la primera incoherencia de la existencia: La vida es morir para aprender a vivir.

Pero puede el máximo remedio sea el mínimo común divisor de las desidias
Que las razones que no rimen mueran entre hielos,
Que el único fracaso en la vida sea conformarse y la única virtud saber cómo hacerlo
Tal vez nos salve que Cronos sea impuntual, Cupido un putero y Atenea analfabeta.


Quizás una vida feliz sea aquella en la que el futuro siempre ha hecho más daño que el pasado
Quizás ya no haya tiempo en mí para ser yo
Quizás ya no haya remedio, quizás nunca lo busqué
Porque entendámonos: ¿Quién quiere remedio teniendo poesía?














El tiempo no define, sino difumina.
Con el rostro desdibujado me desplomé buscando un ápice de tiempo; nunca lo tuve tan claro: necesitaba morir.



Juan Íñigo Gil
6/08/2013


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