jueves, 15 de agosto de 2013

Reflexión de un cadáver


Ni los gráficos de los ordenadores más potentes podrían representar la imagen en mi mente de aquella bala atravesando el cráneo de aquella cría de siete años. Ensimismado, miraba hacia abajo en el furgón blindado casi a oscuras, el olor a pólvora y tormento en el aire mustio.

Sería iluso si pensara que con los años la humanidad aprendía de sus errores que se apilan en forma de cadáveres en las puertas de nuestra conciencia, otra guerra, otra batalla, la misma obra, distintos (o los mismos) personajes. Esto me hacía pensar: Si la guerra es tan vieja como la humanidad misma. ¿Por qué nos deshumaniza?  Acabamos siendo dioses o bestias depende del bando que gane o pierda, y de la preferencia del cronista.

Volvía a casa, corrijo, volvía de donde vine, matar por tu hogar al otro lado del mundo te hace dudar antes de agarrar el pomo de tu puerta, que abro, escucho es el tic-tac del reloj de cuco, cada segundo sonaba igual que el siguiente, tan distinto de la realidad.

Mientras deshacía la maleta, tuve un momento de reflexión. Tiene gracia que todo lo que este organizado, controlado, regulado, administrado, adquiere garantía de legalidad moral y como su equivalente desorganizado puede ser hasta ilegal. ¿No es la muerte terrible pero la muerte organizada o “pena capital” el culmen de la justicia? En el orden encontramos legitimidad o sino no habría carnicerías organizadas, cubiertas de razón y gloria que los relojes de arena le van dando con el tiempo.

De pie en una silla atando el cable que sostendría mi cuerpo por el cuello al caer, podía recordar sus lágrimas por sus mejillas, chorros de mocos por la nariz y el cuchillo mohoso que sostenía.


Chris P.J.

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