La gente no entiende lo mío. De verdad. Y es irónico, porque si estoy
aquí es porque realmente quiero y no por cumplir ni por la herencia, como la
mayoría de ellos. Vale que ellos estén de traje y lágrimas, alrededor suya,
cumpliendo con el protocolo, y yo esté aquí, con la chorra ya casi sacada y
escondido tras una maceta con forma de angelito, pero eso no quita que lo yo no
lo sienta. De hecho, puede que sea el único de todos ellos que ha venido aquí
por amor, en el sentido más puro de la palabra, y no a rezar por su ánima. Rezamos
a los dioses porque nos guían los demonios. Sólo que en mi caso, los dioses me
hacen el vacío. ¿Qué les importará a ellos lo que haga yo con mi difunta
esposa, si ni siquiera a ella le va a molestar? Desentienden que es más bien
como un grito existencial, una última despedida carnal. Los poetas me
alabarían. Debería haber un undécimo mandamiento que aprobara la necrofilia
(con seres queridos claro, no es cuestión de depravarse como bestias malnacidas) para que así lograran
entenderme. Pero míralos, ahí, sin querer despegarse de ella, pareciera que son
ellos los que quieren despedirse como yo, a mi manera. La verdad, no encuentro momento de
que se vayan y pueda acercarme al lecho ¿Seguirá caliente cuando la abrace? Seguramente deba parecerse a aquella vez que innovamos en la cama y ella se hizo la muerta, o
aquella otra que tuve que acabar yo sólo porque ella se quedó dormida… Aquello
fue patético. Quizás me entre un gatillazo, eso sería para morirme yo también. Espero
además que el enterrador no se quede a mirar, los cincuenta dólares que le he
pagado han debido ser suficientes para que me organice la jugada de manera resolutiva.
‘Cosas más raras he visto’ me dijo sonriente y tomando el dinero, apuntándome con su ojo brillante y a la deriva de cristal. Pero no debo
ser negativo, puede que ella sufra un ‘rigor mortis’ clitoriano de esos y me
alegre la tarde de velatorio. Míralos, echándole flores al cadáver. No lo entienden, deberían
echar perfume y lubricante si realmente quieren hacer un favor. ¡Mira a la
pajarraca de mi suegra! A ver si se ahoga en el llanto y la enterramos también
a ella la semana que viene. Que no me tiente que también me la sacudo después de
muerta. De verdad que rezamos a los dioses porque nos guían los demonios, lo
digo enserio. Por eso la gente no entiende lo mío. No lo entienden. Aunque en
parte es normal, al fin y cabo, sus dioses viven, aunque sea imaginariamente
y mi Dios… Más bien mi Diosa; mi diosa está ya muerta, rodeada de flores, con
la cara pálida y un ‘rigor mortis’ esperándome. Lista para ser rezada. Allá voy.
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