Our wasted time 4º parte
Ariel y Sharon salieron de la habitación junto al enfermero,
y se dirigieron al mirador. Allí la situación había dado un giro circunstancial
importante. La señora Rachel se encontraba de pie junto a la ventana. Mientras que
los dos enfermeros que habían estado vigilándola,
trataban de disuadirla de abrirla y descender por la pared de la misma.
—
¿Qué ocurre?—preguntó confundido el enfermero
que llegó con Sharon y Ariel.
—
¡Señor Robert, la señora Rachel intenta salir
por la ventana!, llevamos un rato tratando de calmarla, pero no desiste por
mucho que le insistamos.
—
¡Mamá por favor deja en paz la ventana!—atajó rápidamente
Sharon, cogiéndola de la mano.
—
¿Mamá?¿Quién es Mamá? , ¡Yo no soy tu madre,
Señorita!, creo que ha habido un error, Steven y yo nunca tuvimos hijos, se lo
puedo asegurar ¡Solo quiero salir por la ventana, suélteme la mano mujer!
El manotazo no fue excesivamente violento, pero el significado
del mismo quebró a Sharon por completo, no había recuerdo alguno de Sharon o
Ariel en aquella mente enferma y picada. Podría decirse que esa parte de los
recuerdos se había formateado como un disco
duro.
Sharon se quedó helada y fría, no se movía, se quedó frente
a la ventana mirando la mano que le fue golpeada. La señora Rachel volvió a la
carga, como si de una nueva vida se tratase, y se dirigió hacia Sharon.
—!Pero…!que linda eres! ¿Porqué estas tan triste?¿Puedo…puedo
ofrecerte una taza de café?, apostaría a que podría hacer que se cambiara un
poco esa cara.
Ariel observaba la escena petrificado, jamás hubiera
imaginado que la demencia, tuviera un alcance tan en la cabeza de una persona.
La señora Rachel se dirigió hacia la pequeña mesa auxiliar de la sala, y le
cedió una taza manchada de restos de café y azúcar reseca. Las tazas podrían
llevar un mes allí tiradas, pero en su cabeza eso seguía pareciendo normal.
—
Tómala, esta recién hecho. Es descafeinado, está
muy dulce, le he puesto dos cucharadas de azúcar ¡Cógela, vamos! ¡Lo he hecho
especialmente para ti!
—
No gracias, Señora Rachel— Dijo Ariel interpretando,
el único papel lógico y desesperado al mismo tiempo, que le quedaba. “Seguirle
la corriente”
—
Apostaría a que Sharon ha comido suficiente en
el almuerzo, y no puede probar ni un bocado más…
—
¿Sharon…? ¿Sharon?, Sharon es mi hija…mi querida
Sharon…mi dulce niña.
—
¿Mamá…? ¿Puedes recordarme?—un brilló de
esperanza se dibujo en sus ojos.
Tanto Ariel como el resto de ocupantes de aquella sala se miraban perplejos, sin dar crédito a nada
de lo que veían. Pero fueron pocos los segundos que duró aquel teatro fugaz y
mezquino. Una mueca de extrañeza y asco se volvió a dibujar en la cara de la
señora Rachel.
—
Pero…pero…ella no está aquí, ¿Sabéis
porque?...¿Queréis saberlo?...!Porque nunca he tenido hijos! ¡No existe ninguna
Sharon!— con la cara encendida, se volvió a dirigir a la mesa y soltó con genio
la taza de café.
Se dirigió entonces a Sharon, y con una mano temblorosa le
agarro la muñeca izquierda, mientras que levantando la mano derecha comenzó a
decir:
—
¡Te voy a enseñar modales yo a ti, señorita!— sentenció mientras comenzaba a
bajar el brazo para abofetearla.
Sin percatarse de la actividad de los enfermeros, la señora Rachel
notó un agudo, pero rápido pinchazo en su brazo y toda su visión quedó en tinieblas.
—
Rápido ayudadme a sentarla en el sillón—espetó
Robert
—
¿Qué le ha hecho?— preguntó confundido Ariel
—
Señor Ariel , la hemos sedado, esto podría haber
acabado muy mal—y dirigiéndose a los enfermeros:
—
Vallan abajo, a por la camilla, la montaremos
con las correas de seguridad y la bajaremos por la escalera con cuidado.
Se volvió hacia Sharon y Ariel, que se encontraban
recostando a su madre en el sofá.
—Ustedes manténganle la cabeza sujeta y el cuello recto.
Al cabo de un par de minutos, los enfermeros llegaron y
montaron a la señora Rachel en la camilla, una vez bien sujeta y acomodada, la
bajaron y la introdujeron en la ambulancia.
—
¿Quieren acompañarnos en la ambulancia?
—
Sharon ve tú, yo iré en mi coche, me agobio
dentro de las ambulancias y no haría más que entorpecer las cosas.
—
Vale, iré yo—y al momento la ambulancia junto con Sharon sentada cerca de su madre, había
salido por la puerta y se perdía por el fondo de la calle.
Ariel se encargó de cerrar las puertas de la casa y se montó
a toda prisa en el coche, junto con los papeles del contrato que tendrían que
firmar allí.
Villagrán14
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