domingo, 2 de febrero de 2014

'Manuscrito del Poeta Suicida'

Por primera y última vez hablo en el momento oportuno: el cigarro de después de la paja de antes del suicido. Y es como si me molestara vivir pero buscara con ansias estar vivo, como si hiciera frío por dentro y el eco calara en los huesos, algo así como como medir el tiempo en escalofríos.
Si la vida es un error y de los errores se aprende, creo que jamás llegué a estar vivo. Toda mi existencia me la pasé impacientemente esperándome, viendo cómo un mundo que canaliza su ira con el sexo y su fracaso con el dinero me prohibía sonreír por tener los dientes sucios; el mismo que inculca el Síndrome del Necio o cómo ser valiente a cualquier precio y no entiende que la poesía no describe la realidad sino la complementa.
Quizás la vida debiera ser como una de esas películas que ves por primera vez para disfrutarla y una segunda para entenderla, quizás debiera vivir más para demoler mi ingravidez existencial o quizás matarme ahora sea la única manera de salvar mi vida.
Yo he vivido solo, tranquilo, como esperando a vivir o esperándome para morir, mismo efecto; con miedo, no a la soledad sino a mí mismo, a saber aceptar que la vida no ruge sino regurgita, que el hombre no resucita sino resurge cuando recae. Pero ya es demasiado tarde para aprender y mucho más para la poesía; no quiero músicas ni versos si no vienen de tu cuerpo.
Y ahora que todo se acaba, que hoy es siempre para nunca, justo antes de empezar el final me pregunto si fue tonto madrugar para suicidarse, si el arte necesita ser apreciado para ser arte. Esto último lo comprobaremos (lo comprobarán) cuando la asistenta recoja mis sesos esparcidos por el desván. Díganle de paso, por si le interesa, que vivir aferrados no es aferrarse a la vida, que ya que no he podido con ella, la muerte no podrá conmigo; tonta ella porque cuando venga a visitarme, yo ya no estaré, ya me habré ido.



Juan Íñigo Gil
2/02/2014

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