Por primera y última vez hablo en el
momento oportuno: el cigarro de después de la paja de antes del
suicido. Y es como si me molestara vivir pero buscara con ansias
estar vivo, como si hiciera frío por dentro y el eco calara en los
huesos, algo así como como medir el tiempo en escalofríos.
Si la vida es un error y de los errores
se aprende, creo que jamás llegué a estar vivo. Toda mi existencia
me la pasé impacientemente esperándome, viendo cómo un mundo que
canaliza su ira con el sexo y su fracaso con el dinero me prohibía
sonreír por tener los dientes sucios; el mismo que inculca el
Síndrome del Necio o cómo ser valiente a cualquier precio y no
entiende que la poesía no describe la realidad sino la complementa.
Quizás la vida debiera ser como una de
esas películas que ves por primera vez para disfrutarla y una
segunda para entenderla, quizás debiera vivir más para demoler mi
ingravidez existencial o quizás matarme ahora sea la única manera
de salvar mi vida.
Yo he vivido solo, tranquilo, como
esperando a vivir o esperándome para morir, mismo efecto; con miedo,
no a la soledad sino a mí mismo, a saber aceptar que la vida no ruge
sino regurgita, que el hombre no resucita sino resurge cuando recae.
Pero ya es demasiado tarde para aprender y mucho más para la poesía;
no quiero músicas ni versos si no vienen de tu cuerpo.
Y ahora que todo se acaba, que hoy es
siempre para nunca, justo antes de empezar el final me pregunto si
fue tonto madrugar para suicidarse, si el arte necesita ser apreciado
para ser arte. Esto último lo comprobaremos (lo comprobarán) cuando
la asistenta recoja mis sesos esparcidos por el desván. Díganle de
paso, por si le interesa, que vivir aferrados no es aferrarse a la
vida, que ya que no he podido con ella, la muerte no podrá conmigo;
tonta ella porque cuando venga a visitarme, yo ya no estaré, ya me
habré ido.
Juan Íñigo Gil
2/02/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario