domingo, 19 de octubre de 2014

Entrañables recuerdos.

Me siento en el inodoro tras el grito de guerra del vientre. No debería haber consumido esa enchilada pues el escozor anal me recordó a esa noche que tras haber pagado 50 euros por adelantado descubrí que la mujer tenía regalo y por rácano decidí experimentar.

Tampoco debí consumir ese yogur medieval ya que su contenido ahora salía como las aguas del Mekong, turbulentamente pardas y fluidas. Y todas estas aguas las acompaña el furor de una cascada fétida al chocar contra el fondo del retrete.

Sacaba al Godzilla que había en mí por los dos orificios en un dueto de armonía gutural y, con lágrimas en los ojos, soltaba al demonio de mis tripas que se manifestaba en este mundo material. A falta de Biblia negra agarraba el rollo de papel higiénico aunque sacrificio humano no faltó pues ya había muerto por dentro.

Semejante catarsis acabó en sollozos y el ronroneo de una bestia anal relajada. Arrancaba hojas de mi Biblia que acariciaban mis posaderas, con el suave tacto de una madre el cual mi esfínter interpretó como latigazos.

Me levanté, pies temblando, había olvidado andar. Sin mirar a mi creación tiré de la cadena, una trágica despedida para un emotivo momento diario.


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