viernes, 17 de octubre de 2014

Desync

Fue un domingo por la noche, viendo una película mala en su portátil, cuando Maite se lo empezó a plantear, aunque todavía no era consciente de ello. Destáquese que la calidad del vídeo pirata era tan baja que la imagen y el sonido estaban desincronizados. A pesar de la sensación tan incómoda que eso produce, había visitado demasiadas páginas en busca de un servidor donde poder verla, y la conformidad venció a sus exigencias. Así que se contentó con escuchar la voz de su actor (de doblaje) favorito antes de que el personaje moviera los labios, durante dos horas aproximadamente.

Esa noche durmió intranquila. Sus circuitos cerebrales más profundos estaban en plena ebullición, lo que se tradujo en pesadillas en las que su gato Rasputin la abandonaba para ser cirujano de tortugas, y ello le producía una incomprensible angustia vital.

La revelación le llegó a la mañana siguiente en el coche, de camino a la oficina. Estaba parada en un atasco kilométrico, como casi todos los días. Ese regusto a familiaridad que habían adquirido los colapsos mañaneros propulsó a la idea que se había ido fabricando desde lo más profundo de su sustancia gris: “¿Y si esto ya ha pasado?”. No quería decir que todos los días fueran el mismo, con sutiles variaciones, o que su mente viviera prisionera y engañada con imágenes recurrentes que le sirvieran de distracción. No, era mucho más que eso. ¿Y si vivía con retraso? ¿Y si el momento que ella estaba experimentando en aquel preciso instante, con todo lo que la rodeaba, fuera un montaje que su cerebro había creado a partir de algo que había captado hacía un cierto tiempo, pongamos un minuto, o incluso horas? De repente todo le pareció más lógico. Al margen de que, por ejemplo, la luz de los objetos tarde un tiempo en llegarnos, y que por ello mismo vivimos en una singularidad relativa a nuestra posición, el cerebro puede funcionar de forma distinta a como estamos acostumbrados a pensar. El cerebro, o al menos la parte en la sentimos que vivimos, lo que experimentamos como nosotros mismos, puede ser el equipo de montaje de una película, que se encarga de contarnos la historia. No se trata de disociar el cerebro de la mente, ni mucho menos, tan solo de distinguir dos departamentos distintos. El primero dedicado a asimilar una ingente cantidad de información y a actuar en consecuencia, y un segundo que presencia la historia, de forma lineal y bien narrada, de su vida, tiempo después de que ese equipo de montaje haya seleccionado y editado lo que le parece relevante. A veces hay fallos en ese montaje y no sabemos qué hemos sentido para actuar de una manera u otra, y lo achacamos a la intuición, o el equipo llega con retraso y monta una justificación que nos parece válida, aunque sea irracional y no basada en hechos.

Entonces, si es así, ¿cuánto tiempo pasa? ¿De qué servimos entonces? Y sin embargo, ¿qué más da? Y lo peor de todo, ¿podremos saberlo?

Ahora al agarrar el volante, al pisar los pedales, al mirar la carretera y ver esas filas interminables de vehículos, el cielo gris que lo cubría todo, al notar el aire que le llenaba los pulmones, no podía quitarse de la cabeza que todo fuera un cuento muy bien contado. No había nada que le demostrara que fuera auténtico, que realmente estuviera pasando entonces. Pensaba que en la práctica sería irrelevante, que seguiría con su vida como si nada. Pero no, Maite acababa de romper el juego. Se había dado cuenta, y eso influía hacia delante. Ella iba a darse cuenta, de cualquier manera. Ahora sus decisiones estaban condicionadas por haberse dado cuenta. Y solo porque le acababan de contar que en cierto momento se dio cuenta.






Manuel García Ferrer

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