Fue un domingo por la noche, viendo una
película mala en su portátil, cuando Maite se lo empezó a plantear, aunque
todavía no era consciente de ello. Destáquese que la calidad del vídeo pirata
era tan baja que la imagen y el sonido estaban desincronizados. A pesar de la
sensación tan incómoda que eso produce, había visitado demasiadas páginas en
busca de un servidor donde poder verla, y la conformidad venció a sus
exigencias. Así que se contentó con escuchar la voz de su actor (de doblaje)
favorito antes de que el personaje moviera los labios, durante dos horas
aproximadamente.
Esa noche durmió intranquila. Sus circuitos
cerebrales más profundos estaban en plena ebullición, lo que se tradujo en
pesadillas en las que su gato Rasputin la abandonaba para ser cirujano de
tortugas, y ello le producía una incomprensible angustia vital.
La revelación le llegó a la mañana siguiente en
el coche, de camino a la oficina. Estaba parada en un atasco kilométrico, como casi
todos los días. Ese regusto a familiaridad que habían adquirido los colapsos
mañaneros propulsó a la idea que se había ido fabricando desde lo más profundo
de su sustancia gris: “¿Y si esto ya ha pasado?”. No quería decir que todos los
días fueran el mismo, con sutiles variaciones, o que su mente viviera
prisionera y engañada con imágenes recurrentes que le sirvieran de distracción.
No, era mucho más que eso. ¿Y si vivía con retraso? ¿Y si el momento que ella
estaba experimentando en aquel preciso instante, con todo lo que la rodeaba,
fuera un montaje que su cerebro había creado a partir de algo que había captado
hacía un cierto tiempo, pongamos un minuto, o incluso horas? De repente todo le
pareció más lógico. Al margen de que, por ejemplo, la luz de los objetos tarde un tiempo en
llegarnos, y que por ello mismo vivimos en una singularidad relativa a nuestra
posición, el cerebro puede funcionar de forma distinta a como estamos
acostumbrados a pensar. El cerebro, o al menos la parte en la sentimos que vivimos, lo que experimentamos como nosotros
mismos, puede ser el equipo de montaje de una película, que se encarga de contarnos la historia. No se trata de disociar
el cerebro de la mente, ni mucho menos, tan solo de distinguir dos departamentos
distintos. El primero dedicado a asimilar una ingente cantidad de información y
a actuar en consecuencia, y un segundo que presencia
la historia, de forma lineal y bien narrada, de su vida, tiempo después de que ese
equipo de montaje haya seleccionado y editado lo que le parece relevante. A veces hay fallos en ese montaje y no sabemos qué hemos sentido para actuar de una manera u otra, y lo achacamos a la intuición, o el equipo llega con retraso y monta una justificación que nos parece válida, aunque sea irracional y no basada en hechos.
Entonces, si es así, ¿cuánto tiempo pasa? ¿De qué
servimos entonces? Y sin embargo, ¿qué más da? Y lo peor de todo, ¿podremos
saberlo?
Ahora al agarrar el volante, al pisar los
pedales, al mirar la carretera y ver esas filas interminables de vehículos, el
cielo gris que lo cubría todo, al notar el aire que le llenaba los pulmones, no
podía quitarse de la cabeza que todo fuera un cuento muy bien contado. No había
nada que le demostrara que fuera auténtico, que realmente estuviera pasando
entonces. Pensaba que en la práctica sería irrelevante, que seguiría con su
vida como si nada. Pero no, Maite acababa de romper el juego. Se había dado
cuenta, y eso influía hacia delante. Ella iba
a darse cuenta, de cualquier manera. Ahora sus decisiones estaban condicionadas
por haberse dado cuenta. Y solo porque le acababan de contar que en cierto
momento se dio cuenta.
Manuel García Ferrer
No hay comentarios:
Publicar un comentario