domingo, 24 de noviembre de 2013

Guía de Autodestrucción para Torpes

¿Quién hará ahora temblar los colores? ¿Quién arañará al cielo con las pestañas?
¿Quién curará la Primavera?
¿Quién vengará a Lennon; quién me recordará?
No te vayas, regálame otra psicosis de Verano; vacíame la cartera y luego el corazón, pero no te vayas.
Si voy a perderme, que sea entre sábanas.
Soy a morirme, que sea por tu boca.
Si voy a tocar fondo, que sea el de tus caderas.

Me abandonó como yo abandoné a Sartre por Schoponhauer.
Recuerdo los labios de colores; chocolate y ron.
Recuerdo la ciudad en llamas y la gasolina de moda,
los viejos negando morir y la muerte envejeciendo.
Conocerte fue corroborar que todos los niños crecen y todos los poetas mienten.
Con esos ojos que plagiaban a la eternidad e hicieron conmigo lo que Queen en Wembley, los labios de metal y esa pizca de compasión suicida, de muerte inocua, de colores muertos.
Amarte fue darle la razón a Cortázar, Beethoven y Diógenes,
Perderte fue desvirgar el cielo, volcar la Luna para poder amanecer.

Mi tristeza está cogiendo el color de tus mejillas y el vaivén de tus caderas. Se acerca a mi, casi me habla (o casi puedo inventarme oírla). Me habla como tú lo hiciste ayer y mi psiquiatra los Domingos, usa expresiones confusas, temblorosas, y si me esfuerzo, puedo dibujarle tu mueca cuando me incita al suicidio. Ahora ella dirige las hadas, las dudas y las deudas; y claro, uno empieza adaptándose, y acaba adiestrado. A veces se difumina y me cuesta recordar tus hoyuelos, tus lunares... Para evitar eso, por favor, gesticula más cuando vayas a matarme.

Leí en un libro de autoayuda que para el artista, a la verdad posesiva y desgarradora le sigue la destreza del celuloide, el negocio sentimental, la tragedia rentable; algo así como que el Señor de las Moscas amplía el negocio con mariposas muertas y finales abiertos. No obstante, a tu 'adiós' le siguió mi ateísmo, las drogas y una adicción a la teletienda.
Y es que te fuiste con la mejor parte de mi y ni siquiera dejaste propina,
y entendí por qué el chocolate y el endocrino son más baratos que el bingo y las putas de casino,
por qué vivimos en un mundo donde la poesía es más cara que el lubricante,
que el amor no vence a la muerte, pero al menos se burla de ella
y que a toda vida precavida le sigue una muerte acertada
que si hay algo que la psiquiatría no sabe, es perdonar.
Aprendí a temblar sin ti, a cogerle el gustillo al café aguado, a asesorar Dioses con baja autoestima.
Aprendí a callar las voces de mi cabeza o al menos, a darles conversación,
a vivir a una muerte consentida y una vida sin sentido, pero con dirección.
Aprendí que la vida está hecha para morirse.

Y de postre, prozac.
Torpe, aunque mi psiquiatra me tache de cobarde, ególatra o paranoide, yo, soy torpe.
Torpe por no seguir el ritmo de la conga en mi cabeza de Poe, Murphy y Al Capone,
Torpe por atreverme a quererte y no acordarme de tu boca,
por venderme cuando las drogas se encarecieron y el amor se volvió de copago.
Torpe como la religión, como cuando recorría tu cuerpo
como una stripper coja o las pestañas de un tuerto.
Torpe por negociar con la vida/muerte para librarme de la vida/muerte,
por basar mi idiosincrasia en el fracaso, las tetas y el humor,
por tener la mente cuadrada, la barriga redonda y los pies planos.
Torpe, tanto, que ahora tengo que hablar con la boca pequeña para que no se escapen los peces.

Y para desayunar, suicidio.
Cada vez tengo menos pelo, dinero e ideales, y mis escrúpulos son inversamente proporcionales al tamaño de tus ojos, al volumen de la música.
Creo que hoy estoy mejor, vendí la medicación para alimentar a los caballos y ya casi no lloro en el desayuno.
Ahora que la lluvia es amarilla, la prensa rosa y mi uniforme negro,
asumo que no estoy perdido, sino que soy un perdedor,
que el arte es solo para valientes,
que recordarte es coger aire antes de ahorcarse.
Y sé que a estas alturas la poesía es el único superpoder que le queda al ser humano, pero joder, quizás no necesite a Coelho para saber vivir, Bukowski para emborracharme o a Benedetti para acordarme de ti.

'Pero nunca es demasiado tarde.' Dijo el relojero anarquista
Ya saben que París nunca miente (firma un impostor)
y yo, un Don Juan sin dones, un coño seco; poeta estoico,
Sigo buscando vida antes de que la muerte me encuentre, o me abata...
Al fin y al cabo, el suicido es, en todos los sentidos, una pérdida de tiempo.

Pero la vida no es la misma desde me que me dejó, ahora es un poco más seria, más estirada y estriada. Ahora la luz de las estrellas brilla menos que los dientes de oro de mi camello, riman con la otra mitad de mi cama, con tu espera, con mi ansía, con la nevera vacía.
Y lo huesos crujen, las palabras rugen, y las drogas se regurgitan.
Duele admitirlo, pero sigo la Rutina Kleenex: Mi vida es una espiral de llantos y pajas.
¡Ah! y he agregado a mi psiquiatra a Facebook.

'Hay quien confunde soledad con déficit de pasión...' Me engaño mientras lloro desnudo en la cocina.
Me dejó con resaca, caspa y f(r)acturas,
con la condena del recuerdo de aquel Monte de Venus donde firmé mi poesía más marciana.
Me dejó con el crucigrama a la mitad, el eco del desgarro de sus medias y un sistema métrico basado en sus caderas.
Me dejé llevar y ella me dejó un molde de palabras, una soledad perenne y la esperanza de que el azul sea el color más cálido.
Y la música no te olvida, y tampoco me ampara
y la vida tiene claustrofobia en mi cabeza y vértigo en tu recuerdo.

Hasta escribí un libro, 'Guía de Autodestrucción para Torpes', donde el Capítulo 1 se lo dedico a tus pestañas. En mi obra hablo de la ruina como rutina, la alegría como alergia y el destino como desatino; aunque mi psiquiatra la ha calificado como 'algo perenne, póstumo y perturbado; hipnótico, estático y estoico...', que no soy más que 'un burdo exprimidor de historietas para mentir a caballeros y montar a damas'. Yo por contra, creo que está empeñada en que sufra vergüenza por quién fui, tristeza por quién soy y miedo por quién seré. Pobre rubia de bote, ignora que la autodestrucción es la más bella y fiel de las definiciones.
Pero qué sabrá ella, los médicos tienen más hígado que cerebro y menos razón que carisma, ya saben que la ciencia explicó las hemorroides y mató al sentimiento. No entienden la poesía repentina y repelente; merecen no merecer, padecer perenne y perecer.
Yo solo advierto de que la mayor trascendencia es que no la hay, que me libren de la soledad para no estar conmigo a solas; y así me lo pagan, así me lo roban.

Aquel día iban a caducar los narcóticos, así que decidí asomarme al espejo. Lloré en la ducha, desayuné en la cama y empecé a vestirme por los calcetines. Me disponía a ser fiel a mi rutina de desayuno y resaca, cine y humo, cocaína y Beatles, cuando de repente, espiando la parcela de mi vecina con una mano en el aparato y la otra en los prismáticos, robados y redecorados con una pegatina de Minnie Mouse, cayeron sobre mis ojos la imagen de aquella mueca salvaje, atravesando mi cerebro y enmudeciendo el silencio. Aquella niña los tenía, eran los mismo tesoros de hoyuelos que custodiaban ambos lados de tu boca, la misma maldición.
Me acabé la raya y decidí que aquella niña pegada a unos rizos rubios era tu hija, la hija de mi tristeza, musgosa y anidada por golondrinas con vértigo.
Lo vi claro, acabé de vestirme, primero el calzado derecho (dos nudos) y luego el izquierdo (nudo y medio) y bajé a la calle, la cogí del brazo y, sin preguntar ni esperar respuesta, la enamoré, la bauticé como el 'amor de mi vida', un vehículo para llegar a su madre, a nuestra matrona. Pero increíblemente, ella gritó como uno de esos monstruos de serie B (los niños de hoy en día desconocen de poesía...)

Quizás se pregunten qué paso con un servidor, con aquél grito (Vosotros siempre tan centrados en el 'ahora' y el 'final')
Pues bien, AHORA el mundo me aburre, la vida me cansa
La casa sola, el botellero lleno y el cadáver en la nevera.
Al FINAL, mi biografía salió en la página de sucesos porque maté al amor de mi vida por una cita con su madre.

Días más tardes, entre rejas y medicinas me enteré (o me inventé) de que aquella niña era huérfana, justo como yo contigo. Pero no sufráis, hoy estoy alegre: Ahora mi tristeza gesticula mucho mejor, le han salido dos hoyuelos preciosos, tan dignos como para hacer una historia de amor.

Juan Íñigo Gil
18/11/13


Microcuento: Cuando despertó, el narrador seguía allí, espiándola tras la mirilla.

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